“El Metro es lindo, pero para mí solo funciona el fin de semana”
Súbitamente su rostro cambió. Su boca y labios son grandes, su dentadura parece haber sido objetivo de un tratamiento de diseño de sonrisa, sus ojos son grandes y negros, sus pestañas largas y crespas, su nariz ancha, sus mejillas redondas y rellenas, su rostro definitivamente no debería estar enmarcado en un color de piel diferente. La tez negra le queda bien, armoniza con su amabilidad, alegría y expresividad. Pero repito, su rostro cambió; cambió a ser inexpresivo, triste y nada llamativo.
“¿Qué el Metro nos sirve a todos? ¡A mí no!, o sea que no es para todos”.
Dioselina llegó a Medellín hace varios años; ella y su familia son de Istmina, Chocó y ahora viven en el barrio 12 de octubre. Tiene dos varones pequeños, es quien ayuda a su mamá y hermana a comprar el mercado para su casa. Trabaja como empleada doméstica.
En sus primeros años en la ciudad comenzó trabajando en el sur y “de tanto montar en Metro, quedé odiándolo. Lo único que envidio del Metro son a las que hacen el aseo, porque eso sí, el trabajo no es tan pesado para limpiar”, dice entre risas irónicas y mientras juega con las extensiones amonadas que tiene en el pelo. Los tumultos, la grosería, los robos, las caricias no deseadas e inclusive el racismo que alguna vez le tocó aguantarse, son razones para que la cara de Dioselina cambie repentina y drásticamente del amor al odio. Mientras trabajaba en el sur, su recorrido duraba de sol a sol. Caminata, escalas, bus, Metro, bus y caminata era su itinerario. Cuando por fin volvía a su casa, era malgeniada, perezosa, aburrida. Sus hombros y brazos ya no tenían fuerza alguna, sus pies arrastraban; sin importar lo oscuro de su piel, las ojeras se notaban, su boca era seca y en casa sus hijos esperaban por un tiempo valioso con su madre, pero Dioselina solo anhelaba ir a su cama y “caer dormida como una piedra”.
“Gracias a Dios pude conseguir un trabajo más cercano a mi casa. Por allí por Robledo”, concluye y sonríe, y mientras eso yo puedo notar los ‘huequitos en sus mejillas’, esos que por la seriedad de antes no había detallado y ahora me parece que son muestra de la felicidad que tiene en este momento de su vida. Armonía familiar y laboral son aspectos que la hacen “una negra sabrosa” a la que el único día en el que no le choca montar en Metro es el sábado.
-¿Por qué?- pregunto yo.
- ¡Jmmm! Porque ese día en el Metro todos son más amables y el ambiente es mucho más familiar y de compinches. Son menos groseros, menos problemáticos y más caballerosos y amigables.
Quien pueda, que entre y vibre
Sushi, rock, reggae, cerveza artesanal, coca cola, asados, sándwich, pufs, mesas con mantel, personas acostadas, cantantes, bailarines, cuero, camisetas ecologistas, saxofón, tambores. Todo hubiera podido encajar en el Jardín Botánico mientras sucedía Vibra mi Tierra 2012; todo sí. Pero no todos. Quien no tuviera mínimo veinte mil pesos para pagar la entrada, no sabría a qué se debía el bullicio que había en el Orquideorama.
Sin embargo los negocios de los alrededores del Jardín Botánico no se pueden quejar. Quienes no tenían dinero para entrar al evento o para consumir una cerveza de 4000 pesos o un chorizo de 8000, se quedaron junto al Parque Explora comiendo algodón y chuzos de 2000 pesos y desvistiendo a los niños para que pudieran jugar en los chorritos de agua que por allí hay.
Todo ese sector norte de la ciudad es referente para las personas. Hay lugares muy frecuentados, pero ese sábado la zona no cumplió con la premisa de inclusión con la que siempre se abandera. Ese sábado mientras los favorecidos monetariamente, degustaban de un evento cosmopolita en el que es permitido cada vez más un toque globalizado y europeo, los menos adinerados gozaban de la música que salía de las heladerías y los puestos de perros calientes que deambulan por ahí.
En las afueras del pulmón de Medellín, lo más caro eran los globos de helio de personajes como Hello Kitty, Cars o Rosita Fresita, cuyo valor que ni siquiera equivalía a la mitad de lo que valía saciar un antojo en Vibra mi Tierra.
Sin embargo, no sirve de mucho centrarse en esta comparación en ese preciso momento, pues no vale la pena intentar equiparar los ratos de ocio de las personas si al fin y al cabo están felices y tranquilas.
Entonces, un tímido ¡hurra! Por Vibra mi Tierra 2012. Un ¡qué viva! por la tranquilidad y la unión que se vio en el evento, por el sano esparcimiento, por las familias y parejas que allí estuvieron, por el impulso a artistas que no son tan comerciales, por cierta pluralidad y cambio a lo tradicional, por hacer vibrar a quienes asistimos y a nuestra tierra.
Vallejo y su café narran la ciudad
Aníbal Vallejo acompaña la historia de Medellín con libros e imágenes que decoran su café imagen tomada desde la página del Café Vallejo en una red social |
“¡Ay!, qué pena con usted. Se me olvidó ofrecerle algo de tomar” dijo mientras, ‘a las carreras’, me acompañaba a la salida de su negocio cuando ya habíamos acabado de platicar según él; pero yo quería seguir oyendo sus historias y anécdotas.
Aníbal Vallejo, dedicado a su negocio, el Café Vallejo y a la defensa de la protección de los animales, me intriga y me hace sentir cierto miedo a hablar con él. Su voz es grave y sus palabras cortantes.
- Buenas noches, ¿Qué se le ofrece?, dijo con cierto desdén. Supongo que la razón de esto es asociarme con una simple estudiante universitaria.
Cuando me sugirieron visitar el café y entrevistar a quien es hermano de Fernando Vallejo yo estaba cerca y decidí ir a echar un vistazo. No había oído nunca sobre Aníbal Vallejo el artista, o el docente, o el negociante o el protector de animales. No había visto nunca esa mirada tan extremadamente fija, ni siquiera por fotografías. Sus pupilas oscuras y dilatadas, sus cejas pobladas y entreveradas de canas, su ceño fruncido y sus gafas puestas justo casi en la punta de su nariz. Jamás lo olvidaré, la parte superior de su rostro perfectamente refleja lo que la parte inferior, o sea su boca, expulsa de forma tan seca y distante. Me lancé al ring.
- ¿Usted es Aníbal Vallejo?
- Sí, ¿Por qué?
Me presenté, le comenté el trabajo que estaba haciendo en ese momento y algo desconfiado, él tomó mis datos completos y los anotó en una pequeña libreta que ya tenía escritas varias páginas.
Era mitad de semana y aún así el café estaba completamente lleno e incluso tenía unos extranjeros invitados. Nos sentamos en una mesa para dos que se situaba en una esquina, rodeada por cuadros de la Medellín de antes y del café. Un espacio que ambientaba bastante bien nuestro tema de conversación: Moravia.
“Cuando enseñaba Artes Plásticas en la Universidad de Antioquia, me llevaba a los estudiantes para Moravia, porque allí sí que se podían empapar de algo diferente de ciudad. Lo podían ver y vivir, y no solo percibir el hedor a basurero que llegaba hasta los salones. Moravia era un polvorín, ha ido mejorando en el entorno y ahora es un ejemplo, claro está de lo que no se debe hacer… esta es una zona que ha tenido cambios muy drásticos, como casi todo en la ciudad, porque aquí no hay planeación urbana, sino que todo se ‘hace a la loca’”.
Hablamos por más de una hora, pero su continuo movimiento de cabeza para mirar hacia la caja, me hizo entender que aunque yo no quisiera, ya era hora de partir. Un mes más tarde decidí volver, pero en la noche de sábado. Quería tomar un café frío y ver el ambiente del Café Vallejo el fin de semana; no como una estudiante, sino como cliente. ¡Oh sorpresa, todo era igual! Su mirada, su forma de atender, sus palabras cortantes, su sobriedad y su conocimiento acerca de la ciudad y los referentes de ésta, eran exactamente los mismos: expresados de la misma manera.
Otraparte y sus partes
Para Manuel Guzmán Hennessey, escritor, periodista de opinión y profesor universitario, Otraparte es “noción de libertad, espacio íntimo para el cultivo de aquello que los griegos llamaron calogaitía: lo bello, lo bueno y lo inteligente” y permítame comentarle, aunque probablemente ni lo llegue a saber, yo estoy completamente de acuerdo con su punto de vista.
Es la noche de sábado y lo que se vive en Otraparte hace perfecta alusión al modelo Sistémico del que se habla en tantas ciencias. Otraparte hace parte de un conjunto y a la vez de Otraparte se derivan subconjuntos. En su totalidad Otraparte el sábado es el resultado de la relación e influencia de todas sus partes.
Entonces, después de la teoría, ¿Cómo es la realidad en Otraparte? Es un oasis en medio de avenidas, bullicio y más comercio. La sesión de videoDJ dirigida por aquel dj catalán que pareciera que luego de comentar una canción, calma la sed cuando fuma un cigarro y remata con un trago, es el clímax de la noche. El parqueadero no da abasto, las luces del interior del café delatan a quienes ya son víctimas del trago, pero las lámparas de mecha que están en las mesas de afuera, son las únicas testigos de los momentos que viven quienes las acompañan.
Cada mesa, cada trago, cada plato hacen parte de todos los mundos que en Otraparte convergen. Es lugar para romances, amistades, debates, mesa redonda, conocimientos nuevos, discrepancias, canto, filosofía, gula, placer, etc. Ese sábado no fue familiar, ni muy comercial, ni muy fiestero, simplemente fue otra opción, otra cara, otros temas, otra música, Otraparte.
Y entonces, ¿qué harás, descubrirás, amarás u odiarás el próximo sábado en Medellín?
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