Su nombre es María José. Su pasión es poder recorrer la ciudad y conocerla desde un punto de vista más cercano. Un punto de vista desde el cual percibe olores, oye sonidos y bullicios, descubre problemáticas de la ciudad e incluso, piensa en soluciones viables que, por mínimas que sean, ayuden a mejorar a Medellín.
Es el último miércoles del mes y ya la tarde está cayendo. Ella está lista para ser, una vez más, parte activa del Colectivo Siclas; un grupo que se reúne cada miércoles a hacer las Sicleadas, unas rutas que se van trazando a medida que se va montando bicicleta por algunos lugares de la ciudad.
Por ser este el último miércoles del mes, la Sicleada parte desde Ciudad del Río, pero el resto de días sale desde el barrio Carlos E. Restrepo. María José vive en San Joaquín y por eso, sale con más tiempo para alcanzar a llegar al encuentro. A eso de las seis de la tarde, ya todo está listo, ¡nada le falta!
María José tiene 22 años, su estatura no llega a 1,60 metros, su tez es blanca y su cabello, cejas y ojos son negros. Estar lista para una Sicleada significa estar con una camiseta ancha, una sudadera no muy ajustada, tenis cómodos, algún objeto para recoger su pelo, una botella de agua que ha reposado todo el día en el congelador y por supuesto, su bicicleta revisada, limpiada y desdoblada.
El desespero se posesiona rápidamente de ella; empieza a caminar por su cuarto, la sala, la cocina y el baño. Se asoma a la ventana a ver si sus compañeros de ruta, Melissa y Santiago, ya vienen en camino. Afortunadamente su vistazo y sus dos amigos coincidieron en el tiempo, pues de lo contrario, la susceptibilidad de María José hubiera llegado a un enojo que, en su casa y sus amigos, prefieren evitar.
“Cuando era pequeña me gustaba mucho montar en bicicleta. Tenía una Raúl Mesa de canastica, pero crecí y evidentemente la bici no creció conmigo”, dice entre risas y con una mirada que muestra nostalgia. Ahora que está grande, tiene un nuevo miembro de la familia, pues la acompaña a donde más pueda. Fue un regalo del novio de su tía; es de origen oriental, se llama Saber, es roja, se puede doblar y tiene un manubrio muy alto en proporción con la altura de María José. En este momento, al igual que el gato que tiene como mascota, la bici es una de las más consentidas de su casa.
Santiago, Melissa y María José, emprenden su camino para llegar a Ciudad del Río. Mientras pedalean, van conversando, riéndose, aconsejándose, en fin, pasando un rato que todos consideran como más que agradable. Al llegar allí, saludan a quienes ya se encuentran en el lugar. La sonrisa con la que María José saluda a todos, es calurosa y profunda. Su boca demuestra la energía que tiene para el encuentro; sus palabras muestran la pasión que tiene por las bicicletas y las maravillas que con ellas ha logrado hacer y sus ojos, revelan una picardía que parece desearle suerte y fuerza a quienes están a punto de empezar el recorrido.
Bob y Sara, los coordinadores de la ruta, llegan justo a tiempo para dar las mismas instrucciones de seguridad que hacen cada ocho días y aunque son repetitivas, nunca sobran: parar antes de los semáforos, mantenerse unidos y no ser groseros con los otros conductores, esos que prefieren acudir a la gasolina para movilizarse.
Cuando termina la ruta, María José tiene un semblante completamente diferente al del inicio. Sudor, respiración agitada y cansancio son imprescindibles al finalizar la Sicleada; sin embargo, la misma sonrisa y pasión llegan con ella hasta su cama, allí reposan y se preparan para seguir acompañándose con la bicicleta por todas las rutas que sirvan como pretexto para montarla.
Para conocer cómo son las Sicleadas, haz clic en este link y mira el video de una Sicleada que salió desde el barrio Carlos E. Restrepo
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